Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda cover art

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

By: Juan David Betancur Fernandez
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Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Literature & Fiction Social Sciences World
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  • 658. La discordia
    May 12 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Había una vez un campesino del África profunda que estaba trabajando su pequeña parcela como lo hacia todos los días. De pronto vio algo que le llamo la atención. Vio un ser extraño. Oscuro y misterioso. De las historias que había oído de sus abuelos supo inmediatamente de que se trataba. Era la discordia. Esta había llegado a su tierra y estaba plantando semillas en su parcela

    Aunque podría haber intervenido, decidió no hacerlo y simplemente la observó desde la distancia. La discordia trabajó meticulosamente, sembrando cada semilla con cuidado. Cuando terminó y se fue, el campesino, preocupado por las consecuencias, pasó toda la noche recogiendo las peligrosas semillas con la ayuda de una pequeña lampara de aceite.. Sin decir nada a su familia, se las llevó a su casa y las escondió.

    Al día siguiente, el campesino intentó deshacerse de las semillas de la discordia de varias maneras. Primero, les dio un puñado a las gallinas, pensando que podrían comérselas. Sin embargo, apenas las gallinas picotearon las semillas, comenzaron a pelear furiosamente entre ellas, resultando en una lucha a muerte. El campesino intentó separarlas, pero terminó con las manos y los brazos cubiertos de crueles picotazos. Desesperado por encontrar otra forma de deshacerse de las semillas, tiró un puñado al río. Pero esto solo causó que los peces, las anguilas e incluso los hipopótamos se agitaran, creando olas enormes que inundaron parte de la llanura.

    Otro día, tuvo la idea de triturar algunas semillas y pedirle a su esposa que le preparara una torta sin decirle de qué se trataba. Cuando comenzó a comer la torta, encontró que estaba mal cocida y demasiado salada, y empezó a reprochárselo a su esposa. Ella, que también había probado la torta, respondió gritando que si él la encontraba mal preparada, era porque él era un tonto algo que ella siempre había sospechado. La discusión se intensificó tanto que fue necesaria la intervención de los vecinos para separarlos.

    Pasaron unas semanas y, poco a poco, recobraron la calma. Sin embargo, el campesino, que había perdido el sueño y la sonrisa, solo pensaba en las semillas que le quedaban. Consideró hacer un viaje a un país lejano, pero como era un buen hombre, pensó que esos países ya tenían suficientes semillas de discordia. También pensó en tirar el saco de semillas al mar, pero temió crear una tempestad sin igual. Finalmente, decidió no hacerlo.

    Finalmente decidio plantar las semillas de discordia en su terreno entre otros de sus sembrados y esperar que sucedería

    Cuando aparecieron los primeros brotes en su campo, se alegró al ver que tendría una cosecha excepcional. Mientras en los campos vecinos arrancaban las malas hierbas, él no tenía nada que hacer. Su cosecha crecía espléndida y sana, y todas las mañanas veía aumentar su prosperidad. Se dejó llevar por la ociosidad y aprovechó para visitar a unos primos que vivían a tres días de camino.

    A su regreso, su esposa e hijos lo recibieron con lamentos. En pocas horas, una bandada de aves había devastado su campo, dejando ni un solo brote ya que cuando comían de los frutos de la discordia perdían el juicio y comenzaban a atacar los otros plantios.

    . Los sabios del pueblo explicaron que en los otros campos siempre había alguien trabajando, haciendo ruido con sus herramientas, lo que mantenía alejadas a las aves En el campo del campesino, al no haber nadie, las aves se dirigieron allí y algo extraño las hizo acabar con todos los plantios.

    Esa noche, el campesino se levantó sin hacer ruido, y se fue al pueblo a comprar más semillas para plantar. . Al volver al pueblo, vio a lo lejos que la discordia plantaba semilla

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  • 657. La madre y el dragón (Infantil)
    May 10 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Habia una vez En un lejano reino una mujer llamada llamada Isabel que desafortunadamente había quedado viuda con una niña pequeña llamada, Sofía. Isabel era conocida por su sabiduría en toda la región pero en especial se reconocia su amor incondicional hacia Sofía. La vida en el reino era pacífica y feliz, hasta que un día, un temible dragón apareció en el horizonte, sembrando el caos y el miedo entre sus habitantes.

    El dragón, con sus escamas brillantes y sus ojos ardientes, volaba sobre el reino, lanzando llamaradas que destruían todo a su paso. Sus rugidos resonaban como truenos, y su aliento de fuego convertía los campos en cenizas. Isabel, al ver el peligro inminente, tomó a Sofía de la mano y corrieron hacia el bosque cercano. Sabía que debían encontrar un lugar seguro para esconderse. Mientras corrían, Isabel le contaba a Sofía historias de valentía y esperanza para mantenerla tranquila.

    El bosque era denso y oscuro, con árboles altos que bloqueaban la luz del sol. Isabel conocía un lugar secreto: una cueva oculta detrás de una cascada. Había descubierto la cueva cuando era niña y sabía que sería el refugio perfecto. Sin embargo, el camino hacia la cueva era difícil y lleno de obstáculos, con raíces traicioneras y rocas afiladas.

    Mientras avanzaban, Sofía tropezó con una raíz y se lastimó el pie. El dolor era intenso y no podía caminar. Isabel, sin dudarlo, y haciendo un gran esfuerzo que solo una madre puede hacer la cargó en sus brazos. Aunque estaba cansada y el camino era empinado, el amor por su hija le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Cada paso era una lucha, pero Isabel no se rendía.

    La noche cayó y el bosque se llenó de sonidos inquietantes: el ulular de los búhos, el crujido de las ramas y el lejano rugido del dragón. Isabel, con Sofía en brazos, avanzaba con cuidado, evitando al dragón que patrullaba la zona desde el cielo. Finalmente, llegaron a la cascada. El rugido del agua era ensordecedor, pero Isabel sabía que detrás de esa cortina de agua estaba su salvación.

    Con gran esfuerzo, Isabel cruzó la cascada y entró en la cueva. Estaban a salvo, al menos por el momento. Isabel encendió una pequeña vela que llevaba consigo y revisó el pie de Sofía. Aunque estaba hinchado y dolorido, no parecía estar roto. Isabel improvisó una venda con un trozo de tela y le dijo a Sofía que descansara.

    Pasaron varios días en la cueva. Isabel salía en busca de comida y agua, siempre con cuidado de no ser vista por el dragón. Mientras tanto, Sofía se recuperaba lentamente. Isabel le contaba historias y le enseñaba sobre las plantas y los animales del bosque para mantener su ánimo alto. Le hablaba de cómo los árboles se comunicaban entre sí y cómo las estrellas guiaban a los viajeros perdidos.

    Finalmente, el dragón se cansó de dar vueltas alrededor de la zona y decidio volar a otra región El peligro pasó y Isabel y Sofía pudieron regresar a su hogar. El reino estaba en ruinas, pero la gente comenzó a reconstruirlo con esperanza y determinación. Sofía, agradecida por el amor y la valentía de su madre, le dijo: "Gracias, mamá. Tu amor me ha salvado."

    Isabel sonrió y respondió: "Siempre te protegeré, hija. Mi amor por ti es más fuerte que cualquier peligro."

    Pero justo cuando pensaban que todo había terminado, el dragón regresó, esta vez con una actitud diferente. En lugar de atacar, el dragón se posó frente a Isabel y Sofía y habló con una voz profunda y resonante: "Mujer te he visto como cargabas a tu hija hasta la cueva detrás de la cascada He visto el amor y la valentía que has mostrado y con ello has regresado mi confianza en los hombres a los que consideraba viles y cruel. Ya

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    7 mins
  • 656. La amiga miseria
    May 7 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    En un pequeño pueblo rodeado de colinas secas y campos agrietados por el sol, vivía un matrimonio de campesinos con muchos hijos. Eran tan pobres que apenas tenían qué comer. Su casita, hecha de barro y madera vieja, crujía con cada viento fuerte, y el humo de la chimenea salía como un suspiro cansado.

    La tierra que cultivaban era dura y estéril. Por más que sembraban, nada crecía. La vaca, vieja y flaca, ya no daba leche. Los cerdos, que alguna vez fueron su esperanza, no engordaban ni aunque les dieran de comer tres veces al día. Y como si eso no fuera suficiente, el alcalde del pueblo —un hombre rico, arrogante y de corazón de piedra— no dejaba de atormentarlos.

    Un día les exigía pagar impuestos que no podían costear. Otro día, les quitaba una cabra diciendo que había comido pasto de un campo ajeno. Y como castigo, el campesino tenía que trabajar toda la semana para el dueño de esa tierra, sin recibir ni una moneda a cambio.

    Una noche, mientras todos dormían, el campesino se quedó despierto, mirando el techo agujereado de su casa. Escuchaba el viento colarse por las rendijas y el suave respirar de sus hijos. Con un suspiro profundo, pensó:

    —No puedo seguir así. Esta vida es demasiado dura. Es mejor que nos vayamos a otro lugar. No creo que la miseria se venga con nosotros.

    A la mañana siguiente, sin decir mucho, comenzó a preparar el traslado. Cargó en un viejo carro todo lo que tenían: una olla abollada, una manta con remiendos, un par de sillas cojas y una caja con algunas herramientas. Enganchó a la vaca, que caminaba con lentitud, y justo cuando estaban por partir, una voz aguda y temblorosa salió de la chimenea:

    —¡Espera, campesino! ¡No me dejes aquí!

    El campesino se detuvo en seco. De la chimenea comenzó a salir una figura extraña, como una sombra sin forma, que se arrastraba con dificultad. Tenía dedos largos y huesudos, y su voz era como el crujido de las ramas secas.

    —¿Y tú quién eres? —preguntó el campesino, con los ojos muy abiertos.

    —Soy la Miseria —dijo la figura—. He vivido tantos años contigo que ya te considero parte de mi familia. No me puedes dejar aquí sola. Quiero ir contigo, donde sea que vayas.

    El campesino se rascó la oreja, pensativo.
    «¡Vaya por Dios! Me quiero escapar de la miseria y ahora resulta que quiere venirse conmigo como si fuera una amiga de toda la vida.»

    Pero entonces, se le ocurrió una idea.

    —Está bien —dijo en voz alta—. Puedes venir con nosotros. Pero antes, ¿me ayudas a cargar una tabla pesada que está en el fondo del patio?

    —Claro, claro —respondió la Miseria, arrastrándose hasta el muro donde estaba apoyada una gruesa tabla de encina.

    El campesino tomó un hacha y la clavó en una raja de la tabla.
    —Mira —le dijo—, tú tira del hacha de ese lado, y yo del otro.

    La Miseria, confiada, metió sus dedos largos en la raja. En ese momento, el campesino retiró el hacha con rapidez. ¡Zas! La tabla se cerró de golpe, atrapando los dedos de la Miseria.

    —¡Ay, ay, ay! —gritó la Miseria—. ¡Suéltame! ¡Esto duele!

    Pero el campesino no le hizo caso. Subió al carro, dio un chasquido a la vaca, y se alejó a toda prisa, dejando atrás los lamentos de la Miseria.

    Desde ese día, todo cambió. En medio del camino, encontró una bolsa llena de monedas de oro. Con ese dinero, compró una granja en un país lejano, donde la tierra era fértil, los animales sanos y el cielo siempre azul. En pocos años, se convirtió en el campesino más rico y respetado de la región. Sus hijos crecieron fuertes y felices, y la miseria nunca más volvió a tocar su puerta.

    ¿Y qué pasó con la Miseria?

    Pues bien, poco después de que el campesino

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    9 mins
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