
657. La madre y el dragón (Infantil)
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Habia una vez En un lejano reino una mujer llamada llamada Isabel que desafortunadamente había quedado viuda con una niña pequeña llamada, Sofía. Isabel era conocida por su sabiduría en toda la región pero en especial se reconocia su amor incondicional hacia Sofía. La vida en el reino era pacífica y feliz, hasta que un día, un temible dragón apareció en el horizonte, sembrando el caos y el miedo entre sus habitantes.
El dragón, con sus escamas brillantes y sus ojos ardientes, volaba sobre el reino, lanzando llamaradas que destruían todo a su paso. Sus rugidos resonaban como truenos, y su aliento de fuego convertía los campos en cenizas. Isabel, al ver el peligro inminente, tomó a Sofía de la mano y corrieron hacia el bosque cercano. Sabía que debían encontrar un lugar seguro para esconderse. Mientras corrían, Isabel le contaba a Sofía historias de valentía y esperanza para mantenerla tranquila.
El bosque era denso y oscuro, con árboles altos que bloqueaban la luz del sol. Isabel conocía un lugar secreto: una cueva oculta detrás de una cascada. Había descubierto la cueva cuando era niña y sabía que sería el refugio perfecto. Sin embargo, el camino hacia la cueva era difícil y lleno de obstáculos, con raíces traicioneras y rocas afiladas.
Mientras avanzaban, Sofía tropezó con una raíz y se lastimó el pie. El dolor era intenso y no podía caminar. Isabel, sin dudarlo, y haciendo un gran esfuerzo que solo una madre puede hacer la cargó en sus brazos. Aunque estaba cansada y el camino era empinado, el amor por su hija le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Cada paso era una lucha, pero Isabel no se rendía.
La noche cayó y el bosque se llenó de sonidos inquietantes: el ulular de los búhos, el crujido de las ramas y el lejano rugido del dragón. Isabel, con Sofía en brazos, avanzaba con cuidado, evitando al dragón que patrullaba la zona desde el cielo. Finalmente, llegaron a la cascada. El rugido del agua era ensordecedor, pero Isabel sabía que detrás de esa cortina de agua estaba su salvación.
Con gran esfuerzo, Isabel cruzó la cascada y entró en la cueva. Estaban a salvo, al menos por el momento. Isabel encendió una pequeña vela que llevaba consigo y revisó el pie de Sofía. Aunque estaba hinchado y dolorido, no parecía estar roto. Isabel improvisó una venda con un trozo de tela y le dijo a Sofía que descansara.
Pasaron varios días en la cueva. Isabel salía en busca de comida y agua, siempre con cuidado de no ser vista por el dragón. Mientras tanto, Sofía se recuperaba lentamente. Isabel le contaba historias y le enseñaba sobre las plantas y los animales del bosque para mantener su ánimo alto. Le hablaba de cómo los árboles se comunicaban entre sí y cómo las estrellas guiaban a los viajeros perdidos.
Finalmente, el dragón se cansó de dar vueltas alrededor de la zona y decidio volar a otra región El peligro pasó y Isabel y Sofía pudieron regresar a su hogar. El reino estaba en ruinas, pero la gente comenzó a reconstruirlo con esperanza y determinación. Sofía, agradecida por el amor y la valentía de su madre, le dijo: "Gracias, mamá. Tu amor me ha salvado."
Isabel sonrió y respondió: "Siempre te protegeré, hija. Mi amor por ti es más fuerte que cualquier peligro."
Pero justo cuando pensaban que todo había terminado, el dragón regresó, esta vez con una actitud diferente. En lugar de atacar, el dragón se posó frente a Isabel y Sofía y habló con una voz profunda y resonante: "Mujer te he visto como cargabas a tu hija hasta la cueva detrás de la cascada He visto el amor y la valentía que has mostrado y con ello has regresado mi confianza en los hombres a los que consideraba viles y cruel. Ya